La conducta se refiere a la forma en que los seres humanos obran, interactúan con el entorno y se relacionan con los demás. Abarca una amplia gama de expresiones, desde las más simples y automáticas, como reflejos y respuestas fisiológicas, hasta las más complejas y conscientes, como las decisiones y las interacciones sociales. La conducta humana está influenciada por una variedad de factores, pero puede ser modelada mediante procesos de aprendizaje. Además, su conocimiento es importante para el desarrollo y la mejora personal y social de cada individuo.
La conducta es un aspecto esencial en la vida cristiana, refleja la fe y los valores que se practican. Desde una perspectiva cristiana, la conducta no solo se mide por las acciones externas, sino también por las intenciones del corazón.
Jesús enseñó que el comportamiento de una persona debe estar implantada en el amor a Dios y al prójimo. En la Biblia, especialmente, Jesús nos llama a ser luz en el mundo (Mateo 5:14-16), lo que implica vivir de manera que nuestras acciones glorifiquen a Dios y beneficien a los demás. La conducta cristiana puede estar marcada por la humildad, la honestidad, la compasión y la justicia.
El apóstol Pablo, enfatiza la importancia de vivir conforme al Espíritu y no conforme a la carne (Gálatas 5:16-26). Esto significa dejar atrás actitudes egoístas y destructivas para cultivar el fruto del Espíritu, que incluye amor, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Además, la conducta cristiana implica ser ejemplo para otros, especialmente para aquellos que no conocen a Cristo.
Somos llamados a ser enviados de Cristo (2 Corintios 5:20), lo que significa representar a Cristo con nuestras palabras y acciones. Ser lo que decimos. Por tanto, la conducta diaria debe ser coherente con los principios cristianos, reflejando una vida transformada por el poder del Evangelio.
La conducta cristiana es un testimonio vivo de la fe, una respuesta al amor de Dios y un compromiso de vivir según los principios de Dios.