La humildad es la virtud que consiste en conocer las propias limitaciones y debilidades y actuar de acuerdo con tal conocimiento. La humildad es la ausencia de la soberbia y es una característica propia de las personas que no se sienten más importantes o mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan llegado en la vida. La humildad es el sólido fundamento de todas las virtudes.
El concepto bíblico de la humildad se refiere a tener un buen entendimiento sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros. La humildad como cristiano debe impulsarnos a vivir en obediencia a Dios y a someterse a su voluntad.
Algunas características de la humildad:
- No reacciona bajo los impulsos egoístas y vanidosos: Es conveniente analizar nuestra motivación verdadera, por qué hacemos las cosas. ¿Es para satisfacer nuestros intereses personales y nuestro amor propio o para sentirnos orgullosos de nosotros mismos?
- Demuestra interés sobre el bienestar de los demás: La humildad nos da una visión más amplia que incluye el bienestar de las personas que nos rodean. Nos ayuda a pensar en lo que podemos hacer para ayudar y bendecir a los demás y actuar con empatía.
- Es honesto consigo mismo: Una persona humilde es honesta consigo mismo y transparente porque tiene presente que en todas sus acciones Dios es su mayor inspiración y esto lo motiva a vivir en la verdad y no en la falsedad.
- Acepta su condición humana y sus limitaciones: La persona humilde acepta su condición humana, que puede cometer errores, la humildad nos permite reconocer que somos seres imperfectos y que necesitamos de la gracia de Dios para crecer y mejorar como personas cada día.
La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz. Filipenses 2:5-8
Jesús mismo nos dio el mejor ejemplo de humildad. Él no se impuso a los demás ni usó su poder. Todo lo contrario. Él sirvió a otros y les acercó el reino de Dios con una actitud humilde, llena de amor y compasión. Fue tanta su humildad, que hasta estuvo dispuesto en morir en la cruz para abrirnos el camino al Padre y a la salvación eterna.