La relación con Dios es un principio fundamental en la fe cristiana, que nos recuerda que todo lo que somos y tenemos proviene de Él. En un mundo que a menudo promueve la autosuficiencia y la independencia, la vida cristiana nos invita a reconocer nuestra necesidad constante de Dios.
“Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (Juan 15:5)
Este versículo nos recuerda que, sin la presencia de Dios en nuestras vidas, nuestros esfuerzos serán difíciles de alcanzar. Depender de Dios no significa renunciar a nuestra responsabilidad personales, sino confiar plenamente en su guía, su provisión. Implica entregar nuestras decisiones, preocupaciones y acciones en sus manos, sabiendo que Él tiene un plan perfecto para nosotros.
Al depender de Dios, soltamos la carga de tratar de controlar todo y aprendemos a vivir en paz, confiando en su soberanía y amor. Esto nos recuerda que somos frágiles pero que, en nuestra debilidad, su poder se perfecciona. Esta dependencia nos conduce a una relación más profunda con Dios, en la cual experimentamos su gracia y fidelidad y el entendimiento que proviene de su palabra.
Consigue sabiduría y entendimiento; no olvides mis palabras y sigue siempre mis enseñanzas. No te alejes de la sabiduría, pues ella te protegerá; ama la sabiduría y ella cuidará de ti». El primer paso para ser sabio es tomar la decisión de adquirir sabiduría. Proverbios 4:5-9
Depender de Dios es reconocer nuestra necesidad del padre en cada área de nuestra vida y confiar en su plan, caminando con sabiduría, por fe y no por vista.